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domingo, 28 de enero de 2018

Un Domingo cualquiera....





Que el cielo esté en tu corazón, a luz de las estrellas en tu Alma
Y los milagros en tu vida...


Estoy con mi pijama más calientita, tomando... bueno, más bien disfrutando un rico café y esa película de domingo donde al final todo tiene un final feliz.

Miro este espacio dónde se han dado las pláticas más profundas, dónde por las madrugadas entre quesadillas y bostezos escuchas a los hijos decirte sus más profundos pensamientos, aderezados con el cariño de una cena mañanera y de los más íntimos pensamientos.

Los maratones de cocina cuando todos en familia, cocinamos y compartimos nuestros sueños, con un rico vino como referencia...

Y así, perdida en la trama de mi propia película me sorprenden sendas lágrimas surcando mis mejillas... y esa sensación en la garganta de tanto por decir;  ya sea en una nota de voz o simplemente un compartir con ese alguien que de repente y aunque invisible me acompaña en este café dominguero....

Y rápidamente como si fuera un grave error SENTIR, me empiezo a cuestionar porqué me siento así? y... oh sorpresa!!! esas lágrimas son de alegría, de agradecimiento, de sueños cumplidos, de metas alcanzadas, y atrapo ese último pensamiento que logra conmoverme de tal manera, es el volverme a ver cómo esa niña en un pueblo perdido, lejos de todo lo que me era familiar y “normal”: con muchos sueños en el corazón, con muchos deseos por cumplir y darme cuenta que el bendito Universo con su maravillosa varita mágica ha ido cumpliendo uno a uno esos sueños que visualizaba más allá de mis posibilidades...

Y esta emoción desbordante, al mira como con sólo pararme en puntillas y estirar mi mano,  una a una esas posibilidades como estrellas en el firmamento han estado a mi alcance, conociendo el amor, en muchas formas, pero sobretodo ese amor incondicional donde todos mis sueños y esfuerzos podrían ser cambiado uno a uno por los sueños de mis hijos.

Saber que esa persona que un día dijo SI a mis locuras, mis rarezas, y mi “ser tan diferente” arriesgándo su propia vida segura, sigue aún caminando a mi lado; dándome la mano cuando caigo y dejándose levantar cuando cae... sin grandes aspavientos sólo con el deseo infinito de tomarnos de la mano y saber que ESTAMOS....

Y por último, la añoranza salpicando este momento de esa amiga; que en cierto momento se perdió en el camino, y a la cual extraño tanto: sus visitas sin anunciar, nuestras charlas sin tanta iluminación tan auténticas y humanas... deseando que encuentre pronto el camino de regreso nuevamente hacia mi corazón.

Y así empiezo a disfrutar el salado sabor de mis lágrimas corriendo por mis mejillas hacia mi rico café compartido, diciendo nuevamente gracias, gracias, gracias... por tantas alegrías, por esta vida llena de sentido, por ese seguir caminando dejándome sorprender por mi Hada Madrina y su varita mágica... y en ciertos momentos convertirme en esa bella mujer bailando el mejor vals de su vida, o esa mujer madura con una mochila a la espalda, y uno cómodos zapatos viajando y cruzando océanos para disfrutar, la amistad, los sueños de mis hijos y todas aquellas ciudades que están ahí esperando por mi;  alrededor del mundo...

Hoy te invito un rico y enpijamado café... agradeciendo por tu vida, por tus sueños, pero sobretodo por los maravillosos milagros diarios con los que nos regala esa hada madrina:  este maravilloso y sorprendente Universo!!! ¿Y tú hoy por qué vas a  agradecer, y tras que sueño vas a ir ?....

Feliz sueños, feliz día.... feliz vida!!!


Mujer/Coach/Terapeuta/Counselor

viernes, 21 de agosto de 2015

La mujer más hermosa de mi vida...

"Eres la mujer mas bella de mi mundo, eres mi Hada, mi ángel esa
persona que hace milagros para mi cada día con una varita mágica llamada AMOR."
                                                                                                                     Patricia Garza

Hoy regresando de nuestras vacaciones maravillosas, después de tirarme al sol, y tirarme una gran cantidad de pasos, visitando toda nuestra cultura de la cual me enorgullezco y soy parte.
Hemos pasado unos días fantásticos, con charlas interminables, comidas deliciosas, “crisis del tercer día” donde las decisiones entre cuatro son del todo difícil pero que prevaleciendo el amor, y la comprensión todos cedemos y simplemente nos damos cuenta que lo importantes es estar juntos y ponernos al día, de nuestros sentimientos, y nuestros logros, después de tiempo de no vernos.
Y para mi específicamente, es ver en mi hija; a  la Patricia de 25 años, que sin estar consciente de que las cosas son así porque así tienen que ser, veo como fui, y ella Obvio ve lo que será....
Y en la amabilidad del amor,  le digo lo hermosa que esta.... y ella me contesta lo que me ha extrañado, sin meterse mucho en cuestiones de físico, sólo su felicitación hacia mi esfuerzo de kilos bajados.
Pero me encuentro con este clarificante escrito que mi hermosa Denis compartió en su muro, y fue como si, se me diera la herramienta exacta para compartir lo que viví cuando viendo a mi hija en bañador y ver una hermosa mujer, es como si asomaras a la ventana del pasado y me viera a mi misma en esa edad y con ese cuerpo fuerte y musculoso que da el ejercicio y el estar pendiente de mi imagen.... Se los comparto, y compartan con aquellas amigas, tías, primas, que sólo están esperando por tener los medios e irse a reconstruir y querer verse de 25 teniendo 50.... ojalá les guste tanto como a mi...

Querida mamá,
Yo tenía siete años cuando descubrí que eras gorda, fea y horrible. Hasta ese momento creía que eras preciosa, en cada sentido de la palabra. Recuerdo ponerme a mirar viejos álbumes y verte en fotos posando en la cubierta de un barco. Tu bañador blanco sin tiras era tan glamuroso, como si fuera el de una estrella de película. Cuando tenía la oportunidad sacaba ese bañador blanco que tenías bien escondido en el fondo del armario y me imaginaba con él cuando fuera más mayor y pudiera ponérmelo, cuando fuera como tú.
Pero todo cambió la noche en la que nos vestíamos para una fiesta y me dijiste, “mírate, tan flaca, guapa y encantadora. Y mírame a mí, gorda, fea y horrible”. Al principio no entendía a qué te referías. “No estás gorda”, te dije seria e inocentemente, y tú me respondiste: “sí cariño. Siempre he sido gorda, incluso cuando era una niña.”
En los siguientes días tuve algunas revelaciones dolorosas que han cambiado toda mi vida. Aprendí que:

Debes estar gorda porque las madres no mienten. Estar gorda significa estar fea y horrible. Cuando crezca seré como tú y eso significará que seré gorda, fea y horrible.
Años más tarde miré hacia atrás a esta conversación y a las cientos de ellas que tuvimos después y que te maldijeron por no sentirte atractiva, segura y con valor. Porque, como mi primer y más influenciable modelo, me enseñaste a que creyera lo mismo sobre mí.
Con cada mueca cada vez que te mirabas en el espejo, con cada maravillosa dieta que iba a cambiar tu vida y con cada cucharada culpable de “realmente no debería”, aprendí que las mujeres tendrían que ser flacas para ser dignas y respetables. Las chicas deberán vivir así porque su gran contribución al mundo es su belleza física.
Al igual que tú, yo llevo toda mi vida sintiéndome gorda. ¿Cuándo se convirtió el estar gorda en un sentimiento? Y porque creía que estaba gorda, supe también que no valía nada.
Pero ahora que soy mayor y que también soy madre sé que culparte por odiar a mi cuerpo no ayuda y es injusto. Ahora entiendo que tú fuiste producto de una gran generación de mujeres a las que les enseñaron a detestarse.
Mira el ejemplo que te dio Nanna. A pesar de ser lo que se podría describir como una elegante fashion victim, ella se puso a dieta cada día de su vida hasta que se murió con setenta y nueve años. Solía ponerse maquillaje para recoger el correo por miedo a que alguien le viera la cara sin maquillar.
Recuerdo su respuesta compasiva cuando dijiste que papá te había dejado por otra mujer. Su primer comentario fue, “no entiendo por qué te ha dejado. Te cuidas, usas pintalabios. Tienes sobrepeso, pero no tanto”.
Antes de irse, papá tampoco calmaba el tormento que sentías por la imagen de tu cuerpo.
“Por favor, Jan”, le escuchaba decirte. “No es tan complicado. La energía interna contra la energía externa. Si quieres perder peso solo tienes que comer menos”.
Aquella noche durante la cena te vi poner en marcha aquella cura para perder peso que dijo papá sobre “energía interna, energía externa: por Dios, Jan, tan solo come menos”. Te serviste tallarines chinos. (¿Recuerdas como en los suburbios australianos de 1980 la combinación de carne picada, col y salsa de soja se consideraba lo mejor de la alta cocina exótica?) El resto de la comida estaba en los platos de los demás. Tú te serviste tus tallarines chinos en un plato pequeño.
Mientras te sentabas en frente de esa patética cucharada de carne picada, las lágrimas silenciosas corrían por tu cara. Yo no decía nada. Ni siquiera cuando tus hombros empezaron a agitarse por la angustia. Nadie te consoló. Nadie te dijo que dejaras de ser ridícula y que te pusieras un buen plato de comida. Nadie te dijo que te quería ni que eras lo suficientemente buena. Tus logros y tu valor, siendo profesora de niños con necesidades especiales y madre de tres hijos, fueron considerados insignificantes comparado con los centímetros de cintura que no podías perder.
Se me rompió el corazón al verte perder la esperanza y siento de verdad no haber ido en tu defensa. Ya había aprendido que era culpa tuya estar gorda. Incluso había escuchado a papá describir perder peso como un proceso “simple” al que todavía no podías enfrentarte. La lección: no merecías comida ni tampoco merecías compasión.
Pero me equivoqué, mamá. Ahora entiendo lo que se siente al crecer en una sociedad que le dice a la mujer que lo que realmente importa es la belleza, y que al mismo tiempo define un patrón de belleza que está completamente fuera de alcance. También conozco el dolor de interiorizar esos mensajes. Nos hemos convertido en nuestros propios carceleros e imponemos nuestro propio castigo por fallar para estar a la altura. Nadie es más cruel de lo que lo somos con nosotros mismos.
Pero esta locura tiene que acabar, mamá. Acabó contigo, acabó conmigo y acaba ahora. Nos merecemos algo mejor, mejor que pasarnos el día amargadas por pensamientos negativos sobre nuestro cuerpo deseando que fuera otro.
Y no se trata tan solo de ti y de mí. También está Violet. Tu nieta tan solo tiene tres años y yo no quiero que odie su cuerpo y que eso le lleve a suprimir su felicidad, su seguridad y su potencial. No quiero que Violet crea que su belleza es el valor más importante y que esta por lo tanto va a determinar cuánto vale. Cuando Violet nos observe para aprender a ser una mujer, necesitamos ser los mejores ejemplos. Necesitamos mostrarle con palabras y acciones que la mujer es lo suficientemente buena siendo simplemente como es. Y para que ella nos crea, tenemos que creer en nosotras.
Cuanto más mayores nos hacemos, a más gente amada perdemos por accidentes y enfermedades. Sus muertes siempre son trágicas y demasiado pronto. A veces pienso sobre lo que esos amigos y las personas que los querían hubiesen dado por permanecer más tiempo en un cuerpo sano. Un cuerpo que les hubiera permitido vivir un poco más. El tamaño de tus muslos o las líneas de tu rostro no importarían. Lo importante sería estar vivo y eso sería perfecto.
Tu cuerpo también es perfecto. Te permite aplacar una habitación con tu sonrisa e infectar a todos con tu risa. Te da brazos para abrazar a Violet y apretujarla hasta que ella empiece a reírse. Cada momento que pasamos preocupándonos por nuestros “defectos” físicos es un momento malgastado, una porción de vida preciosa que nunca tendremos de vuelta.
Permitámonos honrar y respetar nuestros cuerpos por lo que hacen y no por lo que son. Centrémonos en tener una vida saludable y activa, dejemos que nuestro peso caiga donde tenga que caer y mandemos nuestro cuerpo odiado en el pasado a donde pertenezca. Cuando de pequeña miraba aquella foto tuya con el bañador blanco, mis ojos inocentes de niña veían la verdad. Veían amor incondicional, belleza y sabiduría. Veían a mi madre.
(Kasey Edwards)

Hoy tomando un café con mis hermanas espirituales, amigas a las que adoro y veo preciosas, sin importarme lo que la báscula diga, te invito a disfrutar QUIENES somos, y no COMO deberíamos vernos para ser validadas y aceptadas, hoy te invito a hacer una lista de todos los beneficios que como mujer, tía, abuela, hermana, amiga, maestra, mentora o sea lo que signifique tu vida, ERES.... sin imágenes ni estereotipos, ni tallas Cero.... hoy sólo te pido que te ames, y escuches lo que de ti misma dices, o si eres hombre, lo que dices a las mujeres que amas, hoy te invito a poner tu CORAZÓN en la báscula, no tu CUERPO.... ¿Qué es lo realmente importante?....

Feliz día.... feliz finde... feliz vida!!!

Cuando decimos adiós...

  La muerte hace que afloren nuestros peores miedos para que nos enfrentemos a ellos de una forma directa. La muerte nos ayuda a vislumbrar ...