“Hoy
he tenido suerte,
he despertado
he despertado
y
estoy vivo.
Tengo
esta vida valiosa y no
la desperdiciaré...”
Dalai
Lama
Hoy leyendo mientras llega mi Coachee, contestando a personas que se sienten un poco deprimidas, creyendo que no es comparable el sufrimiento de las circunstancias de sus vidas, comparado con las personas que lo han perdido todo, analizando desde mi mente analítica ¿qué es perder todo? Y mi mente vuela a una charla que sostuve con mi hija, en mi visita a principios de años, cuando me decía, mamá cuando tenías mi edad ya estabas formando una familia, y habías hecho muchas cosas. Yo creo que me falta mucho todavía por hacer, voy con retraso... y pensaba que quizás ahora mirando trabajar y luchar por la vida de los demás, muchos jóvenes han contribuido a dar a luz a la vida, en todo lo que eso pueda significar.
Y me topo con esto; escrito de primera mano, quiero compartirlo con ustedes,
a los que lo verán, todos aquellos que viven lejos, que no han
tenido la oportunidad de estar en México, o de conocer la hospitalidad, la
generosidad de los mexicanos les comparto este escrito de una Chica mexicana,
ayudando en labores de limpieza y rescate para que puedan tocar un poquito la
compasión y hermandad que existe en todo el mundo, pero que hoy se ha
estacionado aquí en éste hermoso país...
Al te brindo mi café, mi cariño, mi respeto... pero sobretodo mis plegarias, por
que sé efectivamente que esto no lo olvidarás, pero también que esto es un
crecimiento de Alma...
Ayer estuve seis horas ayudando en la zona
cero de Escocia, en la Del Valle. Me quedé en casa de mis papás y me levanté a
las 6:30am, mi mamá me hizo de desayunar mientras me alistaba y me enfilé hacía
Heriberto Frías, donde convocan a los voluntarios.
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Nos explicaron que las mujeres pasamos
cubetas vacías al Ejército, quienes las llenan de cascajo y las regresan a las
2 filas de hombres que están formados detrás de nosotras, replegados en las
paredes.
Las varillas, vidrios, muebles, boiler y
objetos más peligrosos son movidos por el
ejército. Conocen la inexperiencia de la mayoría de los voluntarios y no nos arriesgan.
Para entrar nos dan equipo -casco, guantes, chaleco y tapabocas- escriben tu
nombre, un número de contacto y tipo de sangre en el brazo con plumón indeleble
y te vacunan contra el tétanos. Entramos a la zona cero en silencio, con el celular
apagado y rápidamente nos ponen a trabajar. (Previo tuvimos el susto del
temblor, nos replegamos y tardamos 45 min más en entrar, mientras Protección Civil verificaba que era seguro nuestro
ingreso).
Mis ojos no dan crédito a lo que veo: nunca
había visto un edificio caído y es impresionante como una estructura tan
robusta y sólida es ahora una montaña de cascajo y recuerdos. La línea de vida
-como la conocen- comienza y uno deja de pensar para ponerse a trabajar.
Mientras uno está activo continuamente ofrecen agua, electrolitos, dulces,
tamales y huevos duros, donado por la sociedad. Los voluntarios preferimos no
comer, solo agarramos dulces para dejarles la comida al ejército e ingenieros.
También pasan voluntarios médicos para saber si te sientes bien, colocan gotas
en los ojos y sacan a quienes ven más cansados de lo normal.
Pasar cubetas (botes de pintura) parece
sencillo, pero después de una hora sientes ampollas en las manos y calambres en
los hombros. Te das cuenta que no
eres la única cansada cuando las cubetas empiezan a caerse de las manos de las demás. Algunos gritan que hay que tener
cuidado, que pueden romperse. Los hombres
nos alientan y nos dicen que hacemos un gran trabajo. Mientras te concentras en no retrasar la actividad
ves pasar pedazos de la vida de alguien más: zapatos, fotos, sillas, ropa,
edredones, cuadros.
Objetos que seguramente se obtuvieron con
esfuerzo y dedicación, y ahora son nada. Llamó mi atención una carretilla
(tirada en su mayoría por albañiles, quienes
sacan escombros más grandes) con un juego de copas nuevo, aun envuelto.
Conforme las mujeres dimiten nos recorremos y me acerco a la zona cero. Veo un
auto en los escombros del estacionamiento: es un Sentra rojo y está intacto.
Sin embargo, la entrada está detenida con polines por lo que probablemente no
saldrá completo.
Nadie toma selfies ni trae música, tampoco
hablan, bromean o flojean. El respeto es tangible, es una zona de luto. Un día
antes sacaron un pug y un gato, por lo que existe la posibilidad de que haya
vida entre los escombros. Nuestra eficiencia puede ser la diferencia entre la
vida y la muerte de alguien más. El Ejército, la Marina y los ingenieros
trabajan incansablemente. Hay una grúa que con precisión milimétrica mueve las
paredes señaladas para continuar con la búsqueda; cuando lo hace el silencio es
absoluto. Tiene una bandera de México en la punta y cuando se mueve ésta hondea
-el corazón se hincha. Los militares se colocan enfrente de nosotras para
protegernos. Una vez que la pared está en el suelo toman sus picos y la
deshacen en minutos.
Empieza de nuevo: pasar rápidamente las
cubetas para sacar el escombro lo antes posible, las cubetas regresan con los
hombres, las carretillas van y vienen, el ejército sale con material riesgoso.
La garganta pica, los ojos molestan, el corazón duele, el alma se engrandece al
ver el esfuerzo de todos por ayudar desinteresadamente al otro. Llega el equipo
chileno para ayudar y suben a evaluar los escombros. La actividad continua hora
tras hora. Te habitúas a tus
compañeras, sabes que la de la izquierda es rápida pero la de la derecha es despistada, por la que
continuamente le ayudo para no retrasarnos.
Debajo del caso y tapabocas es difícil
saber su edad pero son mucho más jóvenes que yo, la mayoría de los voluntarios
lo son. Después de un tiempo pasa un ingeniero y nos pregunta a qué hora entramos: a las 8:30am. Nos dice que debe
sacarnos, algunas aceptan pero mi compañera de la izquierda y yo le comentamos que aguantamos un par de horas
más. Nos comentan que son casi las 3 -no puedo creerlo- y que nos deben relevar
para evitar un incidente.
Detienen la línea de vida y anuncian que
saldrá un convoy con 15 mujeres. Dejamos las cubetas y nos enfilamos sobre
Escocia rumbo a Eugenia. Mientras lo hacemos la gente deja lo que tiene en las
manos, se quita los guantes y comienza a
aplaudirnos: los voluntarios, los paramédicos, los ingenieros, los albañiles.
Una persona del ejército grita: ¡vivan las mujeres mexicanas valientes! Y así,
entre aplausos y gritos, con la vista en el suelo y aguantándome las lágrimas
salgo de la zona cero. Damos vuelta hacia Eugenia, entregó el equipo y la gente
me ofrece fruta, comida y agua mientras me felicitan. Les doy las gracias y
sigo de largo. Mientras camino me doy cuenta que voy sola -no sé dónde están
las demás, pero me hubiera gustado despedirme de ellas- me duele todo, tengo
mucha hambre, me arde la cara y me siento mareada. Un voluntario se da cuenta y
me detiene, me llevan a un control donde me dan un plátano y un refresco.
Me espero unos minutos y salgo de la zona
acordonada donde los relevos y la policía
me aplauden nuevamente. Nunca he recibido tanta atención así que sólo sonrío -la fama no es lo mío. Respiré
agradecida, me peiné el cabello tieso, sacudí un poco mi pantalón y continué
caminando sobre Gabriel Mancera, pensando en todo lo que acababa de vivir,
orgullosa de mi trabajo y sobre todo, de no haber llorado enfrente de los
demás. Eso terminó cuando vi a mi mamá esperándome afuera del primer retén,
entre los camiones de volteo listos para entrar
a sacar más escombro.
Somos
muy afortunados de tenerlo todo y lo menos que podemos hacer es ayudar a
quienes están pasando tiempos difíciles. MaríaEugenia
Romero me tomó una foto infraganti al llegar a su casa, para que nunca olvidé lo
que aprendí y sentí en ese día... no lo haré.
Al Borreiro
Gracias Al, por acercarnos por un minuto, a
todo el mundo a ese espacio, donde los más jóvenes, nos han dado una lección,
de solidaridad, apoyo, hermandad, recordándonos que no necesitamos hacer
grandes cosas, para Ser grandes seres Humanos, sino que ya lo somos sólo que
tenemos que llevarlo a la acción y ponerlo al servicio de todos aquellos que
los necesitan, en la conciencia que no sólo ahora somos necesarios, sino cada
día, tu familia te necesita, tus amigos te necesita, tu comunidad te necesita,
y te necesitan todos aquellos que quieren dar sentido a la vida, tengan la edad
que tengan... todos aquellos que se han olvidado de sentir, de vivir, honrando
a los que se van, honrando vivir.
Hoy dedico esto y que llegue a cada rincón
que me leen, para recordar a través de tu vivencia que celebrar la vida, es lo
que nos hace restituir un poco a aquellos que murieron para que nosotros
viviéramos, desde siempre. Hoy honrando cada mano, cada corazón, cada esfuerzo
les invito a no esperar por un sismo, por un desastre, por una tragedia....
Vamos a vivir, a amar, a abrazar, a compartir, a acompañar y escuchar, pero
sobretodo vamos a dejarnos ser; Seres
compasivos, esos seres generosos, que estoy segura, fue la motivación al crearnos....
Gracias a todos los Seres del Mundo que
hacen algo por otra persona o ser vivo, donde quiera que se encuentre; una plegaria, un donativo, un buen deseo, todo es bien recibido, desde México
para el mundo....
M. Patricia Garza A
Terapeuta/Counselor/Coach
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